La fabricación de violines es llevada a cabo por los conocidos luthieres, que
son los encargados de construir, reparar y ajustar los instrumentos de cuerda frotada. La figura
del luthier apareció en el siglo XVII. El más conocido de todos los tiempos es el italiano
Antonio Stradivari, que fabricó más de 1100
violines Stradivarius,
de los cuales en la actualidad se conservan menos de la mitad.
Las técnicas y materiales que se utilizan actualmente apenas han variado
con el paso de los siglos, aunque la calidad de los
violines
más jóvenes indiquen lo contrario. Han sido muchas las teorías sobre la causa de estas diferencias,
aunque todo indica a que se deba a las condiciones climatológicas que se daban en el siglo XVII,
imposibles de repetir a día de hoy. La madera con que eran fabricados los violines adquiría unas
propiedades peculiares, dotando al instrumento de una calidad acústica inigualable a día de hoy,
con las condiciones actuales.
Los luthieres, con el paso de los años, han respetado tanto los
materiales como los métodos utilizados en la
fabricación de los violines.
El banco de carpintero, las gubias, los cepillos y las sierras siguen presentes en cualquier taller
artesanal. Y es que los violines deben realizarse de forma manual. Cada pieza es única y
tiene que ser tallada a mano, a la vez que se cuida el material que se utiliza. Las producciones en
masa han fracasado por obviar este último factor. La madera se tiene que secar un mínimo de cuatro
años; de lo contrario acaba resquebrajándose y, por ende, modificando la sonoridad del violín. La
madera de la tabla armónica suele ser de abeto mientras que el fondo y la voluta es
madera de arce normalmente.
Las tapas del violín se tallan a medida a partir de los aros, creados a
partir de un molde. El grosor de estas varía en función de la madera que se utilice, siempre en el
rango de 2,5 a 4,5 milímetros. Los aros se pegan al fondo con cola. Por otro lado, a la tapa se le
tallan las efes y se le ajusta la barra armónica. Entonces se encola la tapa y se insertan
los filetes, terminando con el cuerpo del violín.
El diapasón se construye con ébano, madera muy resistente. Es una de las
piezas del violín
que no se barniza a posteriori, por lo que debe ser muy dura. Lo mismo sucede con las clavijas y el
cordal. Este se encola al mango y se ajusta al cuerpo.
Terminada la estructura completa solo quedarían las labores de barnizado del
violín. Es un proceso largo, ya que se tienen que aplicar entre quince y veinte capas,
además del pulido cuidadoso y perfecto de las mismas para que
el violín
tenga un acabado muy liso. El barniz ejerce de protector para la madera ante la humedad o suciedad,
no permitiendo que esta cambie sus propiedades con el paso del tiempo, cambiando en este caso la
calidad acústica del instrumento.
La segunda pieza fundamental del violín es el arco. Se compone de una
vara hecha normalmente de madera de pernambuco y una cinta de crines de caballo. El número
de crines varía dependiendo del instrumento para el que se esté fabricando el arco, aunque
normalmente oscila en el intervalo de 150 a 250.